20070730

autorretrato a los 27 (julián herbert)

Yo era un muchacho bastante haragán
cuando me asaltaron las circunstancias
sábados y domingos cantaba en los camiones
ahorraba para unas botas Loredano
y besé a dos
no
a tres muchachas antes de mudarme a esta ciudad
Aquí me extrajeron el diente cariado
y de paso me arruinaron la sonrisa
este relámpago de fealdad por donde asoma
involuntariamente
el ápice más claro del pozo que yo soy
Aquí firmé facturas
documentos de empleo
paredes silenciosas
y también me tomé fotografías
me hice archivo me hice fotografía me volví
un detalle más en el paisaje de la suma
no encontré nada mejor
lo dije antes
yo era un muchacho bastante haragán
y la gente desconfiaba de mí
cómo iba a enamorarse uno tan mal vestido
cómo tendría razón
Pero tuve razón algunas veces
y si no
tuve al menos esa ira luminosa
que convierte a la estupidez en una revelación
En cambio no podría hablar del amor
- y que conste que a mi lado también duerme y bosteza
el verboso maquillaje que entre cedro y caoba
declaraban en falso los poetas provenzales -
pero tengo el recuerdo de una tarde en el bosque
inmóviles
y nosotros dos guardábamos silencio
Desde entonces algo crece a través de mis ojos
y en mis testículos
y en el rumor que hace mi pensamiento
algo de mí crece en mí como un saludo
como una tregua
como una bandera blanca
Pero no hablo de amor
sino de que me gusta agitar esta bandera
Bastante haragán es cierto lo confieso
tres muchachas besadas cuando llegué a la ciudad
quién me viera hoy caminando por la calle Juárez
mi hijo gritándome papi
mientras pienso en los asuntos de la oficina
en el taje Yves Saint Laurent que me vendieron de segunda
en los exámenes que me falta revisar
en la amistad que mansamente se vacía
o se llena
Pienso en la desnudez
en los malos olores de la gente que pasa
testimonios de salud o promesas de la muerte
pienso en mi país que es sólo un plato de lentejas
Y también pienso en este poema
que hace 27 años se fragua dentro de mí
y nunca termina
nunca dice las palabras exactas
porque es igual que yo
un muchacho bastante
haragán una verdad fugaz como todas las verdades
Tengo derecho a hablar de mí cuando hablo del mundo
porque hace muchos años miro al mundo
y tengo derecho a sentime verdadero
fugazmente verdadero
porque mi voz también puede abrazar a la gente
aunque no sea la voz de un santo
ni la voz de la lluvia
ni la voz de una madre que llama a su hijo difunto
ni la voz de un sabio antiguo
mi voz también puede abrazara los que pasan
a los que escuchan
a los que abren el libro al azar y en silencio
y a ti
sobre todo a ti
mi voz también puede abrazarte
mi voz también puede abrazarte
Aunque sea la voz de un hombre al que hace muchos años
le arruinaron la sonrisa
aunque sea la voz de un haragán
mi voz también puede tomarte por los hombros
y decir suavemente
"estoy cantando
estoy cantando para ti"

don juan derrotado (julián herbert)

Todas mis mujeres quieren estar con otro.
Me abandonan por un adolescente,
alaban a su esposo mientras yo las estrecho,
se van con periodistas,
con autistas,
con rubios bien dotados,
con guerreros
y cantantes venidos de ultramar.
Todas son bárbaras, histéricas,
infieles: me acarician
con el filo azorado de un puñal de lencería
y se lanzan a bailar en la inmunda taberna
montadas en los ácidos corceles del calor.

(Siempre bailan con otro:
mi vida es un gazapo entre las pausas de la orquesta.)

Yo las deseo entrecortadamente,
como un caimán imbécil y violento
que gusta de la presa aderezada con veneno.
Yo las deseo en las cornisas más esbeltas del amor.
Abismos sucesivos y dádivas perpetuas,
sus cuerpos se prolongan en mí hasta confundirse:
una compra cortinas,
ésta me pide que por favor la abofetee,
aquélla está sentada en un parque vacío,
la mirada perdida, comiéndose un helado.
Yo les muerdo los cuellos,
les palpo cada legua de la piel,
les hablo con la piedad de un epiléptico
que habla a sus pesadillas.
Ellas no duermen nunca: su único empeño
es la traición.

Celosas. Inconstantes.
Me arrojan de sus vidas como a un príncipe azul
que es echado de la fiesta de disfraces
con nada más que un vaso desechable en la mano.

Todas me engañan. Todas.

En sus brazos,
yendo de unos a otros brazos,
me siento como César, que miraba
–mientras ardían en su pecho los cuchillos–
algunos de los rostros que más amó.